El pudor. La elegancia de la belleza

EMILIO GARCÍA SÁNCHEZ

Profesor Adjunto de Bioética en la Universidad Cardenal Herrera CEU en Valencia

3/8/20255 min leer

          Desde hace tiempo el sentimiento del pudor se ha modificado notablemente. En la pasada década de los setenta Del Noce hablaba ya de un cambio en la noción misma de obscenidad [1], normalizándose conductas y tolerándose gestos que se consideraban inmoderadamente sensuales y provocativos o de mal gusto. Frente a la serenidad catártica que brota del sentimiento estético presente en el pudor y la intimidad se ha pasado a normalizar el erotismo impúdico como valor social y artístico.

        Parafraseando unas palabras de Rita Levi-Montalcini (Neuróloga, Premio Nobel de Medicina en 1986) las mujeres y los hombres que han cambiado el mundo y la historia – auténticos héroes y heroínas - no han necesitado nunca enseñarles otra cosa a los demás que su inteligencia y su corazón. Son personas que han disfrutado la vida porque han experimentado el placer que supone no tener que enseñarle nada públicamente a nadie y menos la propia intimidad corporal. Por contraste, son muchos los que hoy, alegre y banalmente publicitan y exponen sus vidas sin secretos y sin pudor en platós televisivos, en plataformas digitales, redes sociales, etc. Buscan comunidades o grupos a los que poder exponer sin filtros donde están, qué ropa llevan, qué comen o con quien se relacionan.

     En la esfera o mundo virtual las relaciones persona-persona han sido sustituidas por las relaciones persona-imagen, operándose un cambio drástico en el modo de comportarnos y de exponernos. Las redes se han convertido en el lugar menos seguro para proteger nuestro pudor e intimidad. Y dado que la imagen no es una persona y carece de sentimientos, se han alterado las reglas de respeto al convertirse en despótica la relación con la imagen, esfumándose límites antes reconocibles. Paradójicamente, personas que no estarían dispuestas a desnudarse en la realidad, en la calle y con público presente, no tienen reparo en hacerlo en las nuevas pasarelas digitales eliminando su pudor exponiéndose - escondiéndose - bajo todo tipo de imágenes.

        En este artículo me gustaría resaltar y justificar que el pudor no está en contra de la belleza de la persona sino, al contrario, la resalta y no la reprime; reconoce su valor más profundo al proteger lo sagrado del cuerpo y del alma manteniendo el brillo de su belleza física e interior. Ser o ir pudoroso no significa no querer ir atractivo - feo - o ir mal vestido, despeinado o maloliente, provocando el rechazo automático de los demás. Tampoco pretende negar la realidad del cuerpo, sino que permite que la persona pueda elevarse más allá de la mera exhibición de ella misma.

        El pudor no eclipsa la poderosa luz que emite el cuerpo humano, sino que utiliza esa luz para emitir un mensaje sobre su identidad más profunda [2]. No busca ausentar la persona del cuerpo por pisotear su intimidad, porque gran parte del logro de la belleza está en hacer que el cuerpo se cubra a sí mismo y que la propia carne sea expresión del pudor, convirtiéndose así en la elegancia de la belleza, en su vestido y en recato del alma. En palabras de Scruton las manifestaciones del decoro y la decencia son parte integral del sentido de la belleza [3].

      El hecho de querer sentirse atractivo y reconocido por los demás no puede depender de la visualización de los atributos sexuales renunciando al pudor para, de este modo, lograr ansiosamente - y al instante - la aprobación pública. De ningún modo la actitud pudorosa resulta contraria al placer que da el arreglarse, vestirse y “verse guapos”. Pero mostrar lo mejor de la propia persona - así como la legitimidad de su feminidad o masculinidad - no puede ser proporcional ni a la superficie epidérmica expuesta ni al tamaño o forma de los miembros íntimos. Exagerar lo físico y sobreestimarlo estéticamente a través del desnudo minusvalora el cultivo de las grandes cualidades y capacidades que pueden desarrollar las personas. Sin duda es este uno de los puntos críticos de la belleza actual que la están falsificando.

           La belleza es el resultado de situar la vida humana, sexo incluido (la persona humana es sexuada), a una distancia suficiente para poder contemplarla con encanto, sin repugnancia ni lascivia. Ella forma parte de nuestro ser como personas de carne y hueso, y cuando el arte cosifica el cuerpo y lo arranca del ámbito de las relaciones morales se incapacita para captar la verdadera belleza de la forma humana. Profanando la belleza de las personas, y disfrutando de la visión de gestos eróticos impúdicos – voyeur– se profanan y se degradan a sí mismos.

        Sin mostrar aparentemente nada, el pudor posee una fuerza lingüística mayor que el desnudo descarnado, es decir, transmite mucho más de la persona. Trasciende la belleza permitiendo que su significado vaya más allá de lo meramente físico; alcanza a ver más lejos, aunque aparentemente no se vea casi nada. Y, por último, permite no quedar preso de la inmediatez del placer al mostrarse el cuerpo desnudo porque vuela más alto escapando hacia una belleza superior que le otorga una mayor felicidad porque da más gozo verla. […]

       En definitiva, Añade Rodríguez Valls que el pudor guarda el absoluto del yo, nuestra dignidad, nuestra parte que es fin y no medio [4]; convierte al yo en templo, en el sentido de que recoge aquello que nos es más sagrado, lo que en nosotros es trascendente. El pudor protege a uno mismo poniéndolo en primer lugar a salvo en su propia casa para no quedar expuesto de modo indefenso y vulnerable a la mirada de los demás; impide ser visto por quien no nos gustaría ser vistos, y evita que algunos acaben mirando lo que no nos hubiera gustado que mirasen [5]. En esta línea Ricardo Yepes sostiene que el cuerpo no puede verse separado de la intimidad personal, de la persona; no es una casa que alquilo de vez en cuando a la que viajo y allí vivo temporalmente, hago una serie de cosas, y luego voy y me vuelvo [6]. Hemos de proteger al cuerpo para que este no aparezca ni primaria ni principalmente como un cuerpo corporal: evitando un excesivo realce de lo físico provocativo que pediría vulgarmente un contacto directo. De algún modo es lo mismo que uno intenta evitar en público: nadie bosteza delante de los otros sonoramente y de modo indiscreto, ni tose o estornuda descaradamente. Por respeto y discreción personal asumimos que existe algo de nuestra intimidad que debería mantenerse fuera de escena, fuera del espacio público y del alcance de los ojos de los espectadores [7].

1. Del Noce, A., El erotismo a la conquista de la sociedad en VV.AA. La escalada del erotismo, Palabra, Madrid 1972, 41ss.

2. Shalit, W., Retorno al pudor, la fuerza de la mujer. Rialp, Madrid 2012, 346.

3. Scruton, R., La belleza. Una breve introducción. Editorial Elba, Barcelona 2017, 160.

4. Rodríguez Valls, F., Hombre y cultura. Estudios en homenaje a Jacinto Choza, Thémata, 2016, 82-83.

5. Cfr. Marin, H., Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Pre-textos, Valencia 2010, 124.

6. Yepes Stork, R., La persona y su intimidad. Cuadernos de Anuario filosófico, Serie Universitaria, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, nº 48, 1998, 22.

7. Ruiz Retegui, A., Pulchrum, 2ª ed., Rialp, Madrid 1999, 157.