La fe es noche
SANTIAGO LILLOFILOSOFÍA Y PENSAMIENTO2025, NÚMERO 4
Bachiller en Teología y Teólogo Bíblico por la Universidad San Dámaso
12/16/20254 min leer


El sacrificio de Isaac es uno de los episodios más conocidos, desconcertantes y dramáticos de la narrativa bíblica. “El padre que sacrifica a su hijo, y el hijo querido que le ofrece su cuello” [1]. En el campo de la filosofía, ha inspirado la reflexión de Kierkegaard en Temor y temblor, bajo el pseudónimo de Johannes de Silentio. Porque el silencio (descalzarse al pisar tierra sagrada) es siempre el mejor comentario para esta historia. ¿Quién puede describir el terrible pathos del padre que alza su cuchillo para sacrificar a su único hijo? ¿Es un loco? ¿Un asesino? ¿Justifica Abrahán la violencia ejercida en nombre de la religión? “La orden de Dios tiene algo de absolutamente incomprensible” [2].
Para Kierkegaard, Abrahán se diferencia del asesino en que obedece una Palabra. Actúa en total secreto, como Individuo frente al Absoluto, Dios y su conciencia, y por ello sería necio tratar de juzgarlo desde nuestra cómoda posición. “No hubo nadie que comprendiese a Abrahán. ¿A qué llegó él, sin embargo? A permanecer fiel a su amor” [3], amor a Dios con todo el corazón, la mente, las fuerzas.
El patriarca podría aceptar la pérdida de Isaac. Actuaría entonces como el héroe de una tragedia; sería el caballero de la resignación. Es un camino posible, y noble. Pero no: “en virtud del absurdo”, Abrahán cree que Dios tiene poder para devolverle a su hijo. “Creyó y no dudó de ningún modo: creyó lo absurdo” [3]. Se convierte entonces en el caballero de la fe. Abrahán da un salto cualitativo: “Pensaba que poderoso era Dios aún para resucitarlo de entre los muertos” [4]. Más allá de la razón, el caballero de la fe entra en la paradoja y espera contra toda esperanza [5].
Sin embargo, como apunta Kierkegaard, todos respiramos tranquilos: sabemos que no era más que una prueba. Podemos imaginar la angustia de Abrahán, que no lo sabe -aunque lo cree “en virtud del absurdo”, es decir, contra toda esperanza. En el último momento, cuando el padre ya ha tomado su cuchillo, el Ángel de Yahvé le llama desde el cielo: “No alargues la mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu único hijo” [6].
Pero “la fe es noche” [7]. ¿Y si no hubiera aparecido ningún ángel para detener su mano? ¿Y si no hubiera encontrado ese carnero en la maleza para sustituir al unigénito?
Llegamos ahora a “una historia tan triste como notoria” [8]. En vez de un hijo, tenemos una hija, también única y amada. En vez de una orden divina, un voto irrevocable: Jefté, el juez proscrito, promete a Dios una vida a cambio de la victoria. “El primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro cuando vuelva victorioso de los amonitas, será para Yahvé y lo ofreceré en holocausto” [9]. Es ella la que sale a recibirlo, “bailando al son de las panderetas” [10], en el momento fatal.
En un instante, en un pestañear de ojos, la suerte de la chica queda sellada para siempre. “Padre mío, has abierto tu boca ante Yahvé, haz conmigo lo que salió de tu boca” [11]. ¿No evocan las palabras de otra virgen: “hágase en mí según tu palabra” [12]? (O’Connor, 2005) Se invierte el peso de los personajes: frente a la temeridad del padre, se alza la valentía de la hija. Ahora es ella la heroína del relato.
¿Por qué acepta la muchacha el holocausto? En sus famosas cartas a Eloísa, Pedro Abelardo ensaya una solución: prefiere ofrecerse como víctima, a que su padre pague las consecuencias de hacer a Dios una promesa y no cumplirla [13]. De este modo, ofreciendo su cuello prontamente al sacrificio, estaría salvando la vida de Jefté. Además, la victoria de este tiene consecuencias para todo Israel. Así, quizá, pudo sentir también “que era sacrificada por la salvación de su pueblo” [13].
En su oratorio Jephtha, Handel reescribe la historia haciendo que la hija de Jefté sea rescatada por un ángel [14]. Nada de esto sucede en el texto original. La joven afronta la oscuridad de su destino. Se adentra en el silencio de Dios, sin garantías.
La fe es noche. ¿No está siguiendo las huellas de Abrahán, el caballero de la fe?[1] La voz pasa del padre a la hija amada. Ahora es ella el centro espiritual del relato. “En virtud del absurdo”, se entrega contra toda esperanza.
Al contrario que Abrahán y que Isaac, ha de cruzar, esta vez sí, el último umbral. La historia no puede repetirse, no del mismo modo.
En un acto supremo de obediencia, ofrece su cuerpo al holocausto.
1. Targum Neophity I. Génesis (1968). CSIC.
2. von Rad, G. (1977). El libro del Génesis. Sígueme.
3. Kierkegaard, S. (1958). Temor y temblor. Losada.
4. Hb 11,19.
5. cf. Rm 4,18.
6. Gn 22,12.
7. Beauchamp, P. (2014). Cincuenta retratos bíblico. BAC.
8. Thompson, J. L. (2001). Writing the wrongs. Women of the Old Testament among Biblical Commentators from Philo through the Reformation. Oxford University Press.
9. Jc 11,31
10. Jc 11,34
11. Jc 11,36
12. Lc 1,38
13. Auzou, G. (1968). La fuerza del Espíritu. Estudio del libro de los Jueces. Fax.
14. Handel, G. F. (1999). Jephtha. Novello&Co.
[1] Tanto Abrahán como la hija de Jefté sacrifican su futuro. El padre al hijo querido; la joven virgen, la posibilidad misma de tenerlo.